Hallar en la vitivinicultura la solución sostenible

Argentina es el quinto productor mundial de vino y el principal exportador de mosto a nivel mundial. La vitivinicultura constituye una de las actividades agroindustriales más importantes de nuestro país y, sin lugar a duda, en nuestra región de Cuyo. Esto es así porque dicha actividad, que cuenta con más de 223.585 hectáreas cultivadas de vid, está concentrada en un 85% en San Juan y Mendoza, mientras el resto, repartidas en 19 provincias que supieron hallar en la actividad una prometedora oportunidad de desarrollo económico local.

La actividad vitivinícola en nuestro país tiene ventajas comparativas respecto a otras regiones del planeta, dadas fundamentalmente por las características edafoclimáticas y su potencial productivo y cualitativo de los ambientes donde se desarrolla. La cordillera de los Andes y el desierto circundante a las zonas de cultivo brindan una barrera natural frente a plagas y enfermedades, y así se favorecen condiciones de alta sanidad.

Además, la vitivinicultura posee amplias bonanzas respecto al cuidado del Medio Ambiente. Entre los principales beneficios ecológicos se encuentra la posibilidad de favorecer la conservación de suelos al permitir la implantación de cubiertas vegetales que lo protegen de la erosión y mejoran su estructura. En este sentido, también son un factor de conservación de la biodiversidad al proporcionar un hábitat para la flora y la fauna, incluyendo aves, insectos polinizadores y especies de vegetales autóctonas; de esta manera se asiste a un ecosistema más diverso en la zona donde se encuentran.

También, se contempla como una industria que con potencial reductor de la huella de carbono. En primera instancia, los viñedos pueden actuar como sumideros de carbono naturales que absorben el CO2 de la atmósfera a través de la fotosíntesis de las plantas. Entonces, mientras otras industrias provocan enormes emisiones de residuos y CO2 a la atmósfera, los viñedos “sanan” el aire al convertirlo nuevamente en oxígeno.

Sin embargo, es el factor humano el principal agente que marca la diferencia al emplear prácticas sostenibles: una gestión integrada de plagas y enfermedades, la reducción del consumo de agua mediante sistemas modernos de riego y el uso de productos orgánicos y biodinámicos son acciones que permiten reducir al mínimo el impacto ambiental de sus actividades.

En definitiva, la viticultura no solo es tradición centenaria en nuestra tierra, sino que sus ventajas medioambientales y el característico manejo respetuoso de los recursos naturales significa una luz al final de la cortina de humo corporativo propio de otros sectores industriales.